He buscado en mi memoria, repasando mentalmente, cuáles fantasías he cumplido a los clientes (no de la firma, los míos). Apareció de pronto C., lo conocí en el café donde iba todas las tardes cuando salía del trabajo en la oficina; lector de todas las palabras del mundo, porque todas las semanas, estrenaba libro nuevo entre sus dedos. Siempre me sentaba, en la barrita y mirando un poco de reojo, lo veía diagonal a mi derecha, con un cortado, un trozo de tarta de manzana y la lectura de turno.
Sería cuarentón, cuando yo iba por los veinticuatro, pensaba que
ese hombre era inmune a mis formas, a mis manos perfectas, a la estela de
perfume que le tenía que llegar a las narices porque si, y ¿Por qué será que
para cualquiera, hasta para una meretriz, lo que nos está prohibido o lejano,
es lo que más nos atrae? Sí, me llamaba la atención, sus canas, sus gafas, su
indiferencia hacia mí.
Así pasaron dos meses, yo con mis asuntos, él con ocho libros ya
pasados por sus manos, y desistiendo de alguien que pasaba de mí, decidí verlo
como un objeto más de la cafetería, antes que empezara a turbar mis deseos.
Se acercaba el otoño, y comenzó una lluvia repentina de inicios de
septiembre; no había traído paraguas, por lo que decidí encender un cigarro
para esperar que pasaran las nubes.
El cuarentón se acercó y me pidió un cigarro, sentándose a mi lado
en la barra, éramos pocos los que estábamos en la cafetería. Lejos de ser uraño
o tímido, me comentó que los trajes rojos me sentaban mejor que los marrones, y
que le encantaban los tacones malva que combinaba con una falda rosa palo que
me llegaba por las rodillas, alabando mi buen gusto por los complementos y el
perfume que agradablemente le inspiraba para seguir frecuentando la cafetería.
Estupefacta, así andaba, escuchando su voz tersamente varonil, me
recordaba el mar salpicando en los rompeolas (vaya locura).
Yo asentía, sonreía tontamente y me preguntaba donde diablos se
había metido mi aplomo y sensatez, mi aire decidido de mujer que se come al
mundo, si me había acostado ya con hombres de todas las edades ¿Por qué mi
presunto golpe de timidez con C?
Descubrí su nombre, aproximadamente dos líneas después, de lo que
voy describiendo. Era un hombre, encantador.
Supe que era psicólogo y que su vicio era la lectura, pasión que
además le permitía despejarse de todo lo que escuchaba en su diván. Yo le
comenté que había estudiado Económicas, y que trabajaba en el edificio del
frente, hasta intercambiamos tarjetas, y con la conversación tan amena, paró de
llover.
Antes de irme de bruces, decidí tomar calma, y calmar a mis
¿Emociones? Pensaba que carecía de ese sentimiento, le di mi mano gustosa,
aceptando que la había pasado muy bien mientras esperaba que pasara la lluvia,
rápidamente observé que ningún anillo adornaba su anular, y adivinando lo que
pensaba, me dijo que no todos los viejos de su edad, debían estar casados.
Maldije el rubor que estoy segura que atravesó mi cara; pensaba:
además de tonta, indiscreta. Así me hallaba, rompiendo las reglas que llevaba
cosechando desde la universidad.
Lección Nº 2: Una meretriz en plena carrera profesional, no debe mezclar emoción con razón, corre el riesgo, de perder el negocio.
PD: Retomo lo que realmente me place escribir.
De ahora en adelante, este será mi rincón de la felicidad. Y lo repetiré como mantra hasta que mi mente lo termine de asimilar.
Por eso regresó Poesía Incierta, quizás nunca debió irse...