Catalina salía de su trabajo en Las Mercedes; lo bueno de tener oficina allí es que podía tomar algo en el Centro Comercial cercano, en un café o en estos locales que de día te sirven la comida y en la tarde/noche se convertían en un oasis perfecto para todos aquellos que cansados de la rutina laboral buscaban despejar un poco la mente.
Ese jueves, no quería ir
al acostumbrado café, con los mismos personajes, así que decidió ir al local de
la esquina, un lugar estilo adulto contemporáneo donde a veces incluso había
música en vivo.
Llegó y se sentó en la
barra, pidió un té frío de melocotón, perfecto para el calor de media tarde y
se dedicó a observar a los músicos que se disponían a probar los instrumentos
para el toque de esa noche.
Era imposible que pasara
desapercibido por lo alto, le calculó casi dos metros, delgado, moreno, con
nariz aguileña y ojos pequeños, barba de unos dos días y camisa arremangada
hasta los codos.
Obviamente esos dedos captaron
su atención, al ser tan largos le hicieron pensar que debía tocar algún
instrumento y no ser precisamente el cantante.
Sí, se aproximaba hacia
ella, Catalina miró hacia los lados y rápidamente se dio cuenta que no había
más nadie a su alrededor así que siguió sus pasos y lo miró de frente.
Con una amplia sonrisa,
típica de quienes están acostumbrados al espectáculo, como si la conociera de
toda la vida, se sentó a su lado y pidió una Coca Cola fría.
Un cálido hola
acompañado de una franca sonrisa dio paso a una voz suave a la par de intensa.
Catalina respondió con
un hola cortante; con las personas que no eran de su entorno se comportaba
siempre de manera distante, parte de timidez, parte de desconfianza.
Se presentó como Luis,
explicándole que era músico, tocaba la guitarra en un grupo de jazz latino, le
preguntó directamente a qué se dedicaba.
Taciturna respondió que
trabajaba en el aburrido mundo de las finanzas además de ser profesora en una
universidad.
Incrédulo asentía, le
preguntó su edad alegando que le parecía demasiado joven para la imagen típica
de profesor universitario mayor de cincuenta.
Ella le dijo que recién
cumplía veintiséis y que ya llevaba dos años como profesora, que esos clichés
no aplicaban en la actualidad, sin embargo, tenía la sensación de espantar a
los hombres por ser profesional e independiente.
Luis escuchaba mientras
bebía su refresco y le contestaba con franqueza que él admiraba a las mujeres
independientes económicamente y para quitar hierro al asunto le dijo que tenía
unos ojos marrones bastante grandes e intimidadores.
Catalina ya pensaba que
era otro hombre como tantos que querría algo de sexo y poco más, por lo que de repente
empezó a mirarlo en silencio con una mueca de incipiente disgusto.
El sin darse por aludido
le dijo que le parecía muy graciosa pero no en mal plan.
Ella carraspeaba
explicándole que no estaba pasando por una buena racha últimamente, sin saber
por qué, le contó que había estado tres años en una relación con un hombre
celoso con el que casi llega al matrimonio. Hacía dos meses habían terminado y
en ese momento se hallaba en un periodo de montaña rusa emocional, buscando el
equilibrio como un niño pequeño aprendiendo a caminar en un sendero solitario.
Luis le confesó que no
estaba buscando pareja en ese momento, prefería dedicarse al terreno seguro de
la música, sus amigos y familia, que empantanarse en una relación que
probablemente acabaría mal, le explicaba que al principio muchas se regocijaban
de tener un músico como pareja, para luego terminar en resaca de reproches por
horarios inoportunos y el sinfín de excusas inconclusas, sinceramente prefería
la compañía de los acordes al infortunio hormonal de las mujeres.
Ella por fin sonreía, al
menos era sincero, sabía a que atenerse con este recién conocido.
El inclinó por un
momento su cabeza y le dijo que le gustaba su mirada que decía muchas cosas sin
articular apenas palabra.
Catalina terminaba su té y un compañero del músico se acercaba para decirle que pronto empezarían
las pruebas de sonido.
Se levantó y ella
corroboró que en efecto era bastante alto; sin saber muy bien por qué y en un
impulso, tomó un bolígrafo de su bandolera esmeralda, con la mirada alcanzó a
ver una servilleta cerca de su vaso y anotó algo.
Luis imaginó que sería
su número telefónico.
Pagó, se levantó y le entregó a la servilleta
- Depende de ti ahora, si quieres saber algo más de mi – y sí, se lo decía con
una sonrisa completa en el rostro.
Cuando Luis abrió el papel fino en lugar del típico número que le entregaban
las chicas que iban a cada toque y que casi siempre terminaban en la papelera
del olvido, estaba escrita una dirección de Internet, específicamente un blog.
Allí se dio cuenta que Catalina estaba lejos de ser la típica mujer de estos tiempos, esa noche tocó la guitarra como hacía tiempo no lo hacía.