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miércoles, 24 de abril de 2019

Volver...

La semana pasada se cumplió un año de mi retorno.
Nací en Galicia, si miro hacia arriba todos son de España (y sus mezclas, que para eso hay muchos años de historia).
Me crié en Venezuela, entre arepas y cocidos, entre calor tropical y paso doble... con costumbres ajenas a la gente que me rodeaba.
Era la blanquita de la cuadra, la que aprendió a bailar salsa y merengue con aquel novio criollo, morenito, ese que comía caraotas dulces y cuya religión era el beisbol.
Escuchando en casa y de forma repetida que la hermana de mi abuelo, Avelina, había sido fusilada por Franco; el color rojo era sinónimo de pesadilla.
Mis vacaciones eran en Coruña, allí conocí el invierno alegre, las reuniones familiares y la lluvia persistente.
Y durante mis veinte, me planteaba mi vida a largo plazo en Venezuela.
Hasta que empezó la pesadilla y mi ansiedad. Era profesora de una universidad privada. Colegas fueron perseguidos por el régimen. Estudiantes también perseguidos y humillados. Solo por pensar diferente. Trabajar se convirtió en una situación de riesgo, incertidumbre y miedo.
Era 2014 y decidí marcharme: metí mi vida en seis maletas y llegamos tres a Coruña.
Allí pasé al extremo: depresión y tristeza. La lluvia me caló los huesos y el ánimo. Esos inviernos de mi infancia se habían esfumado. Añoraba a mi familia, ellos se habían quedado, escuchar sus penurias hacían eco en mi vida diaria, al punto que cuando comía se me hacia un nudo en el estómago. Era imposible ser feliz o simplemente avanzar.
Decidí regresar a Venezuela en 2016. Y fue como revivir un muerto: algo que no debe ni pensarse.
Las calles estaban desdibujadas, la gente parecía sin rumbo. Mi casa ya no era mi casa. Solo me quedaba el anhelo y la emoción secreta de reencontrarme con Ojos de Océano, para en el fondo, reconocer que todo había sido una quimera y que muchas ilusiones son realmente vanas.
Allí me di cuenta que Venezuela no seria jamás la que viví en mi infancia. No será más nunca lo que fue.
Puse un punto final.
Abril 2018. Esta vez fue bastante más complicado salir.
Llegaba a un destino que jamás me había planteado: Barcelona. No tenía mayores referencias, solo que el clima era mediterráneo y había empleo.
Lo que no me contaron es que su gente es tan amable, que predomina la cultura y el pensamiento bohemio. Que sus construcciones son privilegio, por no decir su clima de ensueño considerando las cuatro estaciones.
Toda mi familia está ahora en España. Todos volvimos.
Al escuchar Venezuela, una sombra aparece.
Por vivencias personales y sociales.
Por destrucción.
Porque a veces es mejor olvidar y no mirar hacia atrás.
Porque aún hay dolor y heridas que deben sanar.
Me hablan del país donde crecí y no, no soy capaz ni de ofrecer media sonrisa, prefiero callar, no ver noticias, porque se que lo que se narra o lee representa la cuarta parte de la escalofriante realidad que allí se padece.
Aún hoy mi pesadilla se repite: no puedo salir del lugar que un día fue mi hogar. Esas noches son horror, hasta que lentamente despierto y me doy cuenta que estoy de vuelta.
Mi vida cada vez entra en menos maletas. Cada vez soy más indiferente a lo material.
He aprendido a quedarme con lo esencial.
Y como dice Gardel:
Pero el viajero que huye
Tarde o temprano detiene su andar
Y aunque el olvido, que todo destruye
Haya matado mi vieja ilusión
Guardo escondida una esperanza humilde
Que es toda la fortuna de mi corazón
Volver con la frente marchita
Las nieves del tiempo platearon mi sien
Sentir que es un soplo la vida
Que veinte años no es nada
Que febril la mirada, errante en las sombras
Te busca y te nombra
Vivir con el alma aferrada
A un dulce recuerdo
Que lloro otra vez
 
 
 
 

7 comentarios:

  1. Es interesante conocer tanto de una persona en unas cuantas líneas. Uno decide no voltear y no hablar pero las pesadillas no entienden de esas cosas.
    Te dejo un gran abrazo.

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    1. Muchas gracias Gildardo, lamentablemente así es, menos mal que esas pesadillas son esporádicas y no recurrentes.
      Un abrazo de vuelta!

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  2. Barcelona ha sido muy afortunada con tenerte, sin duda alguna.
    Espero que Venezuela tenga un buen futuro.

    Besos.

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    1. Honestamente futuro tendrá ¿Bueno? No creo ya en milagros (y mira que es lamentable)
      Yo estoy encantada en Barcelona, nunca pensé que estaría tan a gustito :)

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  3. Podría dejarte, casi un testamento después de leerte
    tenemos las mismas raíces y en común muchas personas que han emigrado a Venezuela, conozco sus historias , sus tristezas, su inquietud , sus miedos y la tristeza de y sentir como un país prospero ahora está ... ( no sé realmente como definirlo)
    Mis tios mayores han dejado allá su vida y ahora son sus hijos y sus nietos los que vuelven a esta tierra que muchos no conocían ( no me llegan los dedos de las dos manos para contar cuantos han vuelto)
    Tal vez porque aquí tienen ahora todos sus seres queridos, no les noto esa melancolía de la que hablas y que tanto marca a los que vivimos en una tierra donde el gris el invierno con sus días de lluvia incesante nos marca el carácter al igual que cuando llega el tiempo de sol parece que todos somos "otros"
    Me alegra que hayas encontrado un lugar que te aporta luz y felicidad y por supuesto me alegra también haber llegado a ti
    Un besito desde un lugar muy cerquita de La Coruña ( sigo poniendo su La jajaja)


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    1. María son tan cercanas tus letras, gracias de verdad, honor leerte en cada uno de tus blogs.
      Un beso apretado desde este rincón :)

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  4. Después de leerte varias veces, entre una especie de comprensión muy alejada de la realidad de los que de verdad padecen y una cierta rabia de pensar cómo la gente afortunada, por el azar, de vivir en una sociedad -por supuesto imperfecta por humana- pero con unos derechos suficientes para la prosperidad, somos merecedores de tal suerte, porque son muchos los que viven en la protesta contínua y la amargura, para ellos, más profunda.

    Otra cosa que me sorprende es cómo puedes vivir "tan a gustito" en un lugar oprimido por un régimen fascista, cercenadas sus libertades, donde se ancarcela por las ideas y, como he escuchado a sus habitantes, se hallan ocupados por un ejército invasor, que siempre es molesto, por ejemplo cuando vas a Mercadona -por favor, aparte la metralleta que tengo que dejar el carrito de la compra- y esas cosas. Perdona porque eres muy amable conmigo pero ¡eres una tía rara!

    Besos.

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